20.2.07

Matiz de metal y colores de mercado II


Proyecto

Matiz de metal y colores de mercado

(segunda parte)


Dentro de ese contexto cromático, es importante el surgimiento de contradicciones, confrontaciones fuertes, que reflejen estados de ánimo e intensiones del mercado, que intervienen, unen, acompañan y violan los espacios delimitados por las mismas áreas.
El empleo de formas geometrizadas combinadas con hechuras orgánicas busca posibilidades de reconstrucción de campos visuales. Frente al caos y a través de líneas, áreas y otros elementos, se escudriña en el orden, en postulados que otorgan seguridad al hombre frente a su desconcierto e indefensión en un medio hostil. Ante las formas del mercado, se expande la angustia existencial del hombre moderno, la inseguridad en la que se desenvuelve, los problemas de la modernidad.
Se trata de una pintura plana, de áreas bastas de color, ausente de referencias de la tridimensionalidad, con el afán de representación bajo formas geométricas, de grandes plastas, que nos refieran la expansión del mercado. Predominan los planos horizontales, verticales, sin dejar de lado, lo que puede aportar la transposición de planos bajo la mirada de las curvas. No hay un empleo riguroso de las formas, de los rectángulos, de las rectas. Prevalece un criterio flexible, una proyección y manufactura inexacta.
Pretendo recrear la información plasmada en formas geométricas, onduladas, relajadas, solazadas en carteles, productos culturales de vida efímera, convertidos instantáneamente en basura. Recogerlos, limpiarlos, manipularlos, sobreponerlos en superficies, les confiere una animación anónima a través de la disección realizada por sus cortes. En este sentido, los collages dominan, se apropian de la estructura, no se supeditan a la pintura automotiva; se erigen como el sustento de la composición.
Pueden ser vistos como elementos heterogéneos en composiciones conceptuales, como “pegotes” con funciones formales en la composición. Significan la incorporación de evidencias gráfico-sociales-económicas, es decir, de certidumbres en un espacio de formas conceptuales. Como un juego improvisado que incumbe un orden y genera tensiones entre materiales y formas pintadas, con una manufactura tolerantemente descuidada o desenfadada.
La lucha libre, los conciertos de gruperos, los sonideros, las corridas de toros, entre otros, son espectáculos que circulan en el mercado y eso significa que, por antonomasia, se compran y se venden. Pero esos espacios públicos, convergencias de tráfico, espacios culturalmente transitados, se han convertido en espacios de usos olvidados. La incorporación de carteles de corte popular sobre dichos espectáculos y los graffitis busca renovados marcos de referencia y diversos ámbitos de valoración. Es de interés mostrar un fragmento de la arquitectura interna de la cultura, de la imaginería que se despliega por las calles En este sentido, se resignifica su papel en los espacios públicos donde fueron colocados originalmente al ser integrados al “sistema del arte”. Se persigue la inscripción virtual del lugar donde se expresan rituales de importancia colectiva. Estos pueden ser reinterpretados nuevamente desde una perspectiva semántica.
Un elemento articulador en la obra es el código de barras. Ese icono representado como una secuencia de líneas verticales con diferentes anchos y cerrado con un número, se ha utilizado con el fin de identificar productos, fijar su precio, y obtener datos sobre su venta. En el contexto en el que estamos inmersos, las cosas y las personas han dejado de llamarse por su nombre para bautizarse con un número. Se constituyen en cifras con un significado preciso, como los documentos oficiales. Los recursos de la expresión gráfica en la obra transitan en el puzzle de letras, números y barras refiriendo nombres, procedencias, fechas de nacimiento, sexo, lugar de residencia, identificación fiscal, pertenencia empresarial, cifras económicas básicas e historiales en general. Empleo impresiones de plantilla no delimitadas rígidamente, como una forma de significación de diálogos mudos en un mundo enrarecido por el consumismo y el afán enfermizo de la identificación a través de los códigos.
No trato de hacer una representación gráfica purista, ni ortodoxa, circunscrita a dogmas estilísticos, limitada a ángulos rectos perfectos, sino recrear la obra con diagonales, interpuesta con figuras amorfas, redes y círculos -¿sociales?-, objetos de cultura de consumo y expresiones de cultura popular. Los números, letras y otros pequeños elementos van al encuentro de nodos, de puntos de referencia en las grandes áreas sin intervención pictórica o gráfica. Inquieren un lugar dentro de la obra, en la ambigüedad y en la soledad del mercado. Se trata de darle importancia desde el punto de vista del significado, permeado gráficamente por el código de barras como nicho del consumo, como un mecanismo formulado con la finalidad de clasificar, ordenar, distribuir, valorizar y vender, como un concepto constitutivo de la base funcional del mundo actual y de la globalización.El planteamiento de la obra no es simple, intima un esfuerzo del espectador, pues no es anecdótica, ni figurativa o abstracta. Con la suma de metales, lacas, pinturas automotivas, carteles, papeles y conceptos, existe la pretensión de lograr lo que puede ser visto como una herejía, es decir, etimológica y figurativamente hablando, algo susceptible de ser señalado como una sentencia errónea de un arte socialmente aceptado.

M6

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